Published on 2024-01-18 16:40 by César intriago
1.- Necesidad de la Filosofía en el universo del espíritu.
En la lección anterior se ha determinado con toda precisión el lugar que ocupa la Filosofía en la vida cognoscitiva, distinguiéndola del saber religioso y del saber científico positivo. Ahora vamos a ver cómo, sin perjuicio de la distancia que guarda, tanto por respecto a las ciencias positivas, como por respecto al saber teológico, la Filosofía es una actividad espiritual que—suponiendo que no pudiese nacer en virtud de su propia fuerza—es exigida tanto por las Ciencias Particulares, como por la Religión. La Filosofía es el instrumento de organización espiritual humanístico, que aclara tanto los saberes científicos positivos, espiritualizándolos, como los saberes religiosos, humanizándolos.
2.- Necesidad de la Filosofía a partir de las Ciencias Particulares.
Como ya ha quedado dicho, las Ciencias Particulares se edifican sobre ciertos axiomas o postulados y conceptos que se dan como ciertos, y que conducen a resultados prácticos. No debe creerse, sin embargo, que todo lo que conduce a resultados prácticos es verdadero; así, el geocentrismo servía a los navegantes, aunque era falso. Ahora bien: como la Filosofía supone una reflexión total sobre todo lo que es, al aplicarse esta reflexión o mirada sobre las Ciencias, el interés principal versará en los principios (definiciones, axiomas), los cuales deberán ser comparados entre sí. De esta comparación, la reflexión filosófica puede obtener estos tres tipos de resultados:
a) Comprobación de que los Principios de dos o más Ciencias Particulares son, en el fondo, idénticos. Asi, por ejemplo, la idea de Causa, es idéntica en Física y en Biología; el axioma de identidad es común a la Medicina y a la Geometría, etc., etc. b) Comprobación de que los principios de las Ciencias Particulares no son iguales, pero pueden yuxtaponerse los unos al lado de los otros. Por ejemplo, los principios de la Fisicoquímica (mecánicos) y los de la Biología (teleológicos), se yuxtaponen en los seres vivientes. c) Comprobación de que los principios de las Ciencias Particulares no sólo no son iguales, sino que ni siquiera pueden yuxtaponerse, porque se oponen y están en conflicto o contradicción entre sí. Por ejemplo, la Psicología nos demuestra la libertad de nuestras acciones, y la Biología la necesidad de las mismas. La Matemática nos cuenta la posibilidad de dividir el espacio «ad infinitum» y la Física nos dice que esto no es posible.
Ahora bien: esta comparación está siempre abierta al entendimiento, y, en cualquiera de los tres casos, la comparación misma dará lugar a la actividad filosófica. En efecto, estas comparaciones y confrontaciones no podrían ya ser verificadas desde cada Ciencia Particular: El matemático, en cuanto tal, no compara su ciencia con la Historia o con la Física; ni el físico lo hace con la Biología. Luego la comprobación, en sí misma, es ya actividad filosófica. Cuando los principios sean conocidos como comunes, la Filosofía buscará el origen de esta identidad. Cuando yuxtapuestos, buscará el medio de explicar la razón msuficiente de su conexión. Cuando contradictorios, necesitará el entendimiento para resolverlos, mostrar que la contradicción es aparente, aunque sea necesaria, del mismo modo que el bastón sumergido en el agua sólo aparentemente está quebrado, aunque el verlo como quebrado sea psicológicamente necesario.
Se trata, pues, de una organización o unificación de diversas partes del espíritu, absolutamente necesaria para que éste no subsista desintegrado o con tendencias dispares o anárquicas; hace falta un saludable principio de unidad, y una vez más la Filosofía se nos revela como medicina del alma.
La comparación de los Principios de las Ciencias Particulares conduce necesariamente a la Filosofía, como forma de explicar la unidad que debe existir entre todos ellos. Sin embargo, la Filosofía no se agota en ser esta Teoría de los principios de las ciencias, como quiere el positivismo.
La actividad filosófica del espíritu, por lo tanto, por respecto de las Ciencias Particulares, significa una liberación de los principios (definiciones, postulados) que para los técnicos son puntos de partida indiscutibles y la única atmósfera que respiran, y no creen necesario, y ni siquiera útil, justificar, ni para sí mismos ni para los demás. «Como si conocieran estas cosas—dice PLATÓN, con palabras que valen aun hoy, refiriéndose a los Principios—los toman como fundamentos y ya no se dignan dar cuenta de ellos ni a sí mismos ni a los demás, como si fuesen evidentes para todo el mundo» (PLATÓN, República VI, 510 c). Para el filósofo estos principios de las Ciencias Particulares son puras hipótesis que deben ser remontadas y puestas en tela de juicio y en discusión: por eso se dice que a la Metafísica corresponde probar los principios de las Ciencias Particulares. Por esta razón no puede decirse, sin más, que la Filosofía sea una ciencia (HUSSERL), La ciencia en el sentido estricto de la palabra se refiere al desarrollo de las conclusiones a partir de ciertas hipótesis. (Scientia est habitus conclusionis.) La Filosofía es ciencia en la medida que demuestra, pero por medio de principios no hipotéticos, sino absolutos: de aquí sus especiales características cognoscitivas y su mayor certeza quoad se, y su mayor oscuridad quoad nos. Es un conocimiento el filosófico, que contiene virtualmente a la ciencia, pero la excede: es Sabiduría, como dicen los escolásticos. Ahora bien: superar los principios de las Ciencias quiere decir que la reflexión sobre las mismas nos ha liberado, en cierto modo, de la férrea sujeción a las verdades deducidas; que ellas ya no nos agotan todo el espíritu, sino que queda más libre. Ya no creemos que el teorema de Pitágoras es una ley eterna y una esencia por sí misma, sino que sabemos que él está derivado de ciertas hipótesis (los principios de la Geometría).
Esta liberación de la hipótesis (que no significa su negación), es lo que determina que el científico, o el ingenuo que vive instalado en el «sentido común», quede a veces sorprendido y aun molesto ame las palabras del filósofo, que ilumina de un modo totalmente distinto lo que a ellos les parece inmutable y definitivo. Así ZENÓN presentaba las aporias ante el movimiento, que al sentido común no plantean ninguna dificultad .
Por eso el sentido común, y el científico algunas veces, se desentienden del filósofo que les resulta molesto y hasta, insidiosamente, se le llama loco (μανιακός). El filósofo entonces les responde llamándole imbécil, sordo, necio (como hacia HERÁCLITO o PARMÉNIDES). Pero esto sólo sucede en los casos extremos, y la culpa la tiene o el científico, que es mal cieníílico, o el filósofo, que es un sofista y critica la hipótesis de un modo puramente negativo.
En los casos normales, la Filosofía, al liberarse de las hipótesis (por eso se dice que es un saber sin supuesto), asciende a otro plano, al plano de la reflexión absoluta, que es aquel gracias al cual llamamos filosófica a una vida. En efecto: notemos que no solamente se llama filosófica a una ciencia generalísima y abstracta, sino también a una sabiduría concreta (verbi gracia al saber resignarse ante una calamidad, tomándola «filosóficamente»). No sólo llamamos filósofo a PLATÓN, cuando inventa la Teoría de las Ideas, sino al aldeano «socarrón», que, en lugar de dejarse arrebatar por el alborozo de sus paisanos, sabe que este es pasajero y se reserva ciertos bienes para cuando pase.
¿Por qué ambos actos son filosóficos? Porque ambos se han liberado de las hipótesis respectivas. La Filosofía abstracta, de las hipótesis de las Ciencias; la Filosofía concreta, de las hipótesis que gobiernan la actividad cotidiana. La Filosofía puede ser especulativa y práctica: es decir, es una reflexión absoluta, bien respecto a las hipótesis del entendimiento especulativo, o del práctico, para recoger un ser eterno: así es Filosofía como sabiduría y como medio de vida.
3.- Necesidad espiritual de la Filosofía a partir de la Religión.
El saber religioso se funda en la Revelación que Dios hizo al hombre, bien sea en la Revelación primitiva, transmitida y conservada a través de todas las religiones positivas, que a eso deben su fondo de verdad (religión budista, griega, etc.), bien sea en la revelación especial sobre la cual se edifica la Religión por antonomasia, el Cristianismo. Ahora bien: no se debe creer que la Revelación, «acción» gratuita de Dios hacia el hombre, pueda terminar sin una acción reciproca del hombre hacia Dios. Si no conservamos las verdades reveladas tal como nos han sido dadas, o bien permanecerán como algo ajeno al hombre o bien entrarán en él como un meteoro que ilumina, hasta cegar, todo el éter espiritual de nuestra alma. Esta quedaría escindida, desgarrada en dos mitades: de una parte, la ciencia; de otra, la fe. De hecho, muchos siguen caóticamente esta teoría. Pero así como un científico que no tiene intereses filosóficos no es un verdadero intelectual (que siempre tiende a las ideas generales), así también un creyente que no quiere profundizar en su fe, no saldrá de la fe del carbonero. Si verdaderamente la fe nos afecta, hasta el punto de que queramos hacerla nuestra y volcar en ella todo nuestro ser humanístico, que es racional, será necesario que intentemos iluminar sus misterios con nuestras luces naturales. Iluminarlos no significa desvanecerlos (como el Gnosticismo), sino, precisamente, tratar de darnos cuenta de su grandeza y sublime profundidad. Tal ocurre, por ejemplo, al pensar sobre el misterio de la Santísima Trinidad o de la Transustanciación. Entonces, la Filosofía viene a ser el instrumento necesario para humanizar, para hacer nuestra la Fe; y así, la religión necesita, aunque sea instrumentalmente—como sierva—a la Filosofía (ancilla Theologiae). Es precisamente la Religión cristiana la que ha conocido más luminosamente la necesidad de la sana Filosofía para el progreso de la Fe. La Teología, que trata de iluminar racional o filosóficamente el dogma, es parte fundamental de la religión católica, y Pontífices y teólogos han declarado su necesidad.
La aclaración y humanización de la Fe, necesita instrumentalmente de la Filosofía. La religión católica, lejos de ver en la Filosofía un enemigo o una inútil actividad—como es frecuente entre los luteranos—, enseña dogmáticamente la importancia y necesidad de la sana Filosofía para la aclaración teológica de la Fe.
4.- Origen histórico-psicológico de la Filosofía.
Ya hemos visto cómo la actividad filosófica brota en el espíritu como una necesidad suya por conocer racional y unitariamente el Universo, y cómo este conocimiento es exigido también por el conocimiento científico y el superior saber religioso.
Ahora bien: en cada caso concreto—por ejemplo, en un filósofo o en un pueblo—estas motivaciones espirituales no actúan simultáneamente, pues, como es natural, es suficiente que alguno de estos tres motivos esté presente para que pueda aparecer la especulación filosófica. Es así como podemos hablar de los motivos u orígenes psicológicos e históricos de la Filosofía. En primer lugar, podemos pensar en el origen autónomo de la especulación filosófica, es decir, en el espontáneo y natural desarrollo de la actividad filosófica, en virtud de la tendencia propia del espíritu a conocer y dominar unitariamente la variedad del universo, reduciéndola a una unidad racional. La Filosofía supone, entonces, una singular agilidad y robustez en el alma que la hace capaz de contemplar la totalidad de las cosas como entes; y, en cuanto entes que cambian, que son múltiples, hace capaz al entendimiento de preguntarse cómo es posible que sean múltiples y cambien—que sean de esta forma y no de otra—cuando, en cuanto que son entes, parece que deberían ser uno solo e Inmóvil. Aquí es donde surge el asombro filosófico.
Asombrarse de algo es maravillarse de que un fenómeno suceda de este modo. El asombro puede ser científico—cuando nos asombramos de que un fenómeno siga tales leyes en lugar de otras; por ejemplo, de que un hombremhable por el vientre (ventrílocuo) en lugar de hablar por la boca—o filosófico —cuando nos asombramos de que un fenómeno o ente sea, no ya de esta forma, en lugar de otra, sino en absoluto. Pues bien, sin un mínimo de asombro filosófico es imposible que la actividad filosófica pueda prosperar en el espíritu.
Es muy improbable que el asombro filosófico sea sentido punzantemente por la mente, en tanto que es estrictamente filosófica. Como el espíritu consta de varias partes, lo más probable es que al asombro filosófico lleguemos a través de otras vivencias espirituales.
Así, la especulación filosófica puede fermentar a causa del propio saber religioso. Por ejemplo, podemos siempre preguntar: ¿por qué Dios creó plantas, en lugar de no crearlas? La Filosofía, entonces, estará al servicio de la Revelación, y a ella le corresponderá un elevado origen. Así es como aparece lo que podría llamarse Filosofía india antigua, a saber, el panteísmo de los Upanishads, que no es otra cosa sino una especulación sobre ideas filosóficas movida y presidida por intereses religiosos. La falsedad de la religión india condujo, naturalmente, a una falsa Filosofía panteísta. La Filosofía cristiana—la Filosofía patrística y escolástica—también debe considerarse, en líneas generales, como una Filosofía promovida por los intereses espirituales de la religión verdadera. Es natural que de aquí también surgiera la Filosofía verdadera, la Philosophia perennis. (Pero no debe confundirse la motivación religiosa de la Filosofía con la tesis de que la Filosofía deriva de la religión, como sostiene el tradicionalismo y el fideísmo.) Puede suceder que la Filosofía fermente con ocasión del pensamiento científico-positivo. Las Ciencias Particulares, por sí mismas, conducen el espíritu hasta un extremo en el que se dispara la actividad filosófica. Esto ha dado ocasión a algunos a pensar que la actividad filosófica y la científico-positiva son dos sentidos opuestos en una misma línea: cuando vamos hacia las conclusiones, es Ciencia; cuando hacia los principios, es Filosofía (B. RUSSELL). Esto es psicológicamente cierto; por eso, la vida científica ha sido la motivación de muchas filosofías. Por ejemplo, la Filosofía de DESCARTES puede considerarse como una Filosoíía favorecida por motivos científicos. En tercer lugar, la Filosofía puede estar motivada por la acción de las dos necesidades relativas actuando conjuntamente. Tal es el caso de la Filosofía de KANT.
Estas cuatro motivaciones—la autónoma, la religiosa, la científico-positiva y la conjunta—son todas las motivaciones esenciales, positivas, de la Filosofía.
Podríamos pensar también en otras motivaciones psicológicas: así, por ejemplo, se ha dicho que la Filosofía griega surgió cuando el griego perdió la fe en su religión y tuvo necesidad de llenar este hueco, de curar la «herida tremenda que deja la fe al marcharse» (ORTEGA Y GASSET). Esta explicación no nos sirve a nosotros. En efecto, supone esta explicación que la Fe (la Religión), por cuanto satisface las necesidades unificantes del espíritu, hace superflua en muchos espíritus la especulación filosófica, sofocándola, y que, por lo tanto, sólo cuando la Fe se pierde, surge la necesidad sin satisfacer y la Filosofía para llenarla. Pero hemos visto que una Fe que excluye la Filosofía no es una Fe perfecta y humana (punto 3). Por consiguiente, la pérdida de la Fe puede hacer más vigente la especulación filosófica, pero ésta nunca aparecerá sin un positivo asombro filosófico. Es decir, que no puede explicarse el origen de la Filosofía solamente por algo negativa—pérdida de la Fe—, sino que es preciso algo positivo, una de las cuatro motivaciones dadas. Según COMTE en su ley de los tres estadios estas tres formas del saber se derivarían las unas de las otras. En los primeros tiempos de ,la Humanidad, domina el saber teológico o religioso (estadio teológico). Después viene el segundo estadio, con el saber filosófico o metafísico. Por último, en el tercer estadio el saber positivo o científico hace su aparición definitiva. La Teoría de COMTE no puede ser admitida porque no respeta la diferencia entre estas tres formas del saber, confundiendo la coordinación que entre ellas existe, con la posibilidad de pasar de las unas a las otras.
5.- Psicología del filósofo.
Es natural que un entendimiento que es capaz de remontar las hipótesis de las ciencias positivas, y que apetece mirar, con intención universal, a la totalidad de las cosas, haya de estar dotado de un vigor especial y de unos gustos y aficiones característicos; es decir, de una psicología especial y determinada. Ante todo, el filósofo debe estar dotado de un poderoso deseo de saber, de un afán por conocer la verdad en sí misma. Por esto, tenemos que distinguir el filósofo del sofista y del simple profesor de Filosofía. El filósofo quiere saber, mientras que el sofista quiere aparentar que sabe, y el profesor de Filosofía, en cuanto tal, sólo pretende transmitir sus conocimientos a los alumnos. Así, un filósofo o un sofista pueden ser profesores de Filosofía, y un profesor de Filosofía puede no ser filósofo.
En segundo lugar, el filósofo debe estar dotado de un poderoso afán por unificar todos sus conocimientos y acciones, es decir, de un espíritu equilibrado y capaz de poseer armónicamente conjuntadas las diversas partes del espíritu. Por eso, el espíritu filosófico no cabe en una mente desequilibrada, y la Historia demuestra que no se presentan apenas casos de locura entre los filósofos, contra lo que el vulgo suele a veces creer. (La proclividad a la locura es más frecuente entre los matemáticos.) Al necesitar integrar sus saberes en una visión universal y profunda, el filósofo ha de prescindir de los detalles superfinos, o de los conocimientos desordenados. Por eso, el filósofo se distingue del curioso.
En tercer lugar, el filósofo, en cuanto entregado a la investigación de la verdad, suele desentenderse de todo lo que no se ordene a este fin, y de aquí las famosas distracciones de los filósofos, como la de HEGEL, no advirtiendo que su bota quedaba prendida en un barrizal, o escribiendo abstraído entre el tronar de los cañones, en la batalla de Jena. Sin embargo, en cuanto equilibrado, el filósofo ha de estar dotado de espíritu práctico, es decir, ha de saber que el núcleo de su personalidad, que es el centro organizador de su saber, es suyo, y a él corresponde atenderlo. De hecho, es frecuente el caso de filósofos que han dejado sumas decorosas a sus herederos.
Cuenta LAERCIO que TALES DE MILETO, el primer filósofo de que habla la Historia, caminaba una vez contemplando el cielo, y no advirtió un hoyo en el cual cayó. Su criada Tracia, que le vio caer, le dijo: «¿por qué miras al cielo si no sabes lo que hay en la tierra?» Sin embargo, Tales sabía muy bien lo que había en la tierra, precisamente porque miraba al cielo. En efecto, refiere el mismo LAERCIO, que motejado por alguno de que no se dedicaba a los negocios por ineptitud, decidió demostrarles que la razón de su vida contemplativa era la consagración a la meditación, y no su inhabilidad práctica. Sabiendo, por sus investigaciones astronómicas, que iba a haber una extraordinaria cosecha de aceitunas, se anticipó a alquilar los principales molinos, y todos los cultivadores de aceitunas tuvieron que pasar por sus manos, con lo que, en un año, se hizo rico.
En cuarto lugar, el filósofo, ante los demás, suele estar dotado de un alto sentido educador y de un fuerte interés por lo social, aunque guste, por su oficio, del olímpico aislamiento y sienta el orgullo de su vocación filosófica.
Written by César intriago
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